En la Cinemateca,
en ocasión de los “Cien años
de arte en Tierra
Santa”,
el estómago se me
revolvía por el hambre
frente a los
pastorales paisajes del cruce Erez*.
Comí rápido, en
la oscuridad,
dos niños envueltos en hojas de parra
que compré en el
local de la mujer árabe.
Los devoré a
escondidas, algo encorvada
y con la mano abierta
escurrí el aceite
que chorreaba de mis dedos
sobre la alfombra
azul, moteada en blanco.
* Cruce fronterizo entre Israel y la franja de Gaza.
Traducción: Gerardo Lewin
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